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Lluvia, libros y sexo.

Aquella mañana salir de casa era todo un reto. La lluvia arreciaba desde la noche anterior, y asomarse a la ventana era descubrir que no tenía intención de parar. Ricardo no tenía mejor aspecto que el día. Su humor por la mañana era tan negro como él, aunque no podía decir si mejoraría o no con el avance de las horas y mucho menos después de que estuviéramos en una crisis monumental. Nuestra vida como pareja hacía aguas y lo peor de todo era que los dos lo habíamos puesto sobre la mesa, lo que impedía que pudiéramos seguir fingiendo. ¿El motivo? Se podía decir que un cómputo de motivos mezclado con una monotonía en todos los aspectos de nuestra relación. Nos vestimos en el silencio más íntimo que teníamos reservado para mostrarnos ante el otro. Buscábamos, aunque no lo dijéramos, el culpable de aquella desidia, pero a la vez ansiábamos una solución que no teníamos en nuestras manos. —¿Te llevo? —fueron las primeras palabras que pronunció saltándose un «buenos días» que ya no era

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