El sexo como relajante

 —No te asustes, Mara —es Danilo—. Yo seré tu masajista, les he dado la hora libre.
—Pero… —voy a protestar, pero no me deja terminar.
—Relájate. Doy muy buenos masajes y no va a entrar nadie. —Todo en él es seguridad, está claro que es todo un profesional.
Danilo se acerca al carro de los aceites mientras se quita el albornoz y lo deja caer al suelo. De todos los que parece analizar toma un bote de color marrón en cuya etiqueta se divisa la palabra chocolate. Va acercándose a la camilla, la cual empieza a bordear con un lento paseo. Yo cambio mi posición, me incorporo permaneciendo sentada. Se acerca a mí y se detiene frente a mi cara, pero con su mirada centrada más abajo.
—No podemos manchar ese bañador, será mejor que te lo quite.
Suelta el bote de aceite de chocolate en la camilla, pone sus manos en mi hombro, sube hasta mi cuello, vuelve a bajar hasta los tirantes del bañador y los va arrastrando por mis hombros, por mis brazos, hasta que mis pechos quedan medio al descubierto. Me agarra de la cintura arrastrándome a él para que baje de la camilla. Una vez en el suelo sigue el proceso anterior y ahora sí, deja mis pechos al aire y tras sacar el bañador por mis pies me deja totalmente desnuda. Acto seguido hace lo mismo con su diminuto bañador y lo deja en el suelo junto al mío. Está preparado. Es sexi, muy sexi, no puedo dejar de pensar en ello.
—Túmbate, voy a darte el masaje —dice de forma segura.
Vuelvo a la posición inicial y me dejo llevar. No tengo compromiso con nadie y un dulce nunca te amarga la vida. Noto sus manos acariciando mis tobillos. El olor a aceite de chocolate inunda la sala. Masajea lentamente y de pronto sube por mis piernas hasta los muslos, en los que vuelve a entretenerse un poco más. Aprieta mis glúteos desde abajo y mi cuerpo entra en el juego de responder a los estímulos que va recibiendo. Mi respiración se agita, mi piel se excita a cada roce abriendo más sus poros para absorber mejor las sensaciones.
Tras terminar con mis muslos sube a mi espalda colocándose justo detrás de mi cabeza. Baja sus manos hasta mis glúteos, regresa a mi nuca desde donde despliega sus manos a cada uno de mis brazos y acariciándolos hasta mis manos, las dirige hacia sus glúteos.
—Puedes tocar si quieres —anima con voz ronca, posando mis manos en sus nalgas.
¡Madre mía! ¡Qué culo! Está duro y definido. A pesar de que tengo barra libre, retiro mis manos dejándolas caer a cada lado de su cuerpo y las apoyo en sus muslos depilados. Él, por su parte, baja sus roces a mis nalgas, pero esta vez comienza a bajar por el final de mi tronco hasta acariciar de forma sutil y excitante mi vagina. Repite la acción y aumenta mi deseo.
—Gírate, voy a llenarte de chocolate —susurra.
Ya sé que no voy a parar, porque no quiero. A mi edad ya las cosas se tienen claras y yo, sé que quiero ahora mismo. Me giro, coloco mi cuerpo boca arriba dejando mis pechos y mi sexo a la vista. Se aleja para volver a echarse aceite en las manos y se coloca a mis pies. Al igual que antes, comienza masajeando mis tobillos y va subiendo hasta llegar a mis muslos. Cuando está en mis caderas, las agarra con fuerza y me arrastra hacia él dejando caer mis piernas por los laterales de su cuerpo acercando así nuestras intimidades. Desde esa posición acaricia mi vientre, después mis pechos, estimulando con experiencia mis pezones, que responden a su llamada.
En ese momento y sin dejar mis senos a solas, se agacha y comienza a lamer mi muslo izquierdo retirando cada resto de aceite que segundos antes extendió por la zona. No se detiene, llega hasta la parte interna de mi pierna más cercana a mi centro. Suavemente aproxima su mano comenzando a acariciar cada uno de los rincones de esa zona. Ya el éxtasis me ha invadido por completo. Él, continúa su labor de inspección completa. Sigue analizando el interior de mi vagina con sus dedos mientras utiliza su lengua para provocarme mayor placer. Al escuchar mi gemido, ya intenso por la situación, se incorpora, retira sus dedos de mi interior para colocarse un preservativo y sin mucho esfuerzo me penetra. Su primera entrada es directa, pero su ritmo se vuelve suave y sensual. Vuelve a llevar su mano a mi clítoris y masajea este mientras sigue con su baile. Acerca su cabeza a mi tronco lamiendo uno de mis pechos. Consigue por un instante que me olvide de todo.
—¿Estás bien? —pregunta sin retirar su lengua de mi pezón.
No puedo contestar. Me limito a asentir con la cabeza. Y en ese momento comienza a recorrerme la exaltación. Con ella, él se deja llevar aumentando la velocidad de sus movimientos, así hasta que los dos nos relajamos sabiendo claramente que ha pasado.
—¿Estás bien? —vuelve a preguntar mientras se retira de mi cuerpo. Se quita el preservativo, lo anuda y lo lía en un papel para tirarlo posteriormente a la papelera.
—Bien, bien —contesto aún sin aliento a un volumen casi íntimo.
—No nos queda mucho tiempo para el masaje, pero si quieres aviso para que vengan el tiempo que falte.
—No, no, déjalo, estoy bien y de verdad que ahora mismo no me duele nada.
Danilo sonríe satisfecho por su labor. Tras colocarnos los bañadores y coger los batines, salimos al exterior. En ese momento, vemos regresar a las masajistas por el pasillo dirección a sus puestos de trabajo.
Fragmento Entre tú y el dinero
Marta Monroy
 

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