Un amigo y algo más

Íbamos camino de casa, como tantas otras veces. Pero a pesar de que hubiera sucedido, cada vez que pasaba era diferente. Esa noche estaba más atrevido, más guapo y más atractivo. Era eso o el hecho de que ya conocía cada uno de sus lunares, y no, nunca nos habíamos acostado.

Quique era mi gran amigo de la infancia. Su madre y la mía se criaron juntas y se preocuparon de que nosotros tuviéramos esa amistad tan profunda. Tanto era lo que nos conocíamos que hasta sabía cuando tuve mi primera regla o cual fue el chico con el que me besé por primera vez. De igual forma, yo conocía quien fue su primera chica y aquellas primeras noches de eyaculaciones nocturnas que no tenía manera de controlar. Y sí, tengo que decir que le costó contármelo, pero se preocupó tanto de que le pasara que no le quedó otra.
No. No somos de la misma edad. Yo le saco un par de años y debo decir que nunca fue impedimento para que nuestra amistad siguiera cosechando buenos momentos. 
Esa noche, la noche de la semana pasada, salimos como siempre. Mis amigas, sus amigos, las copas, los chupitos... Todo parecía tan como siempre... Menos él. Debo admitir que Quique era demasiado guapo, o al menos mis años de estudio de su anatomía así lo certificaban. Sí, vale... Cualquiera en mi lugar habría antepuesto la amistad, pero eso ya lo teníamos. 
Me acompañó a casa con ese aire protector que siempre emanaba de él cuando todos se despedían y me veía alejarme sola. 
-¡Espera! -gritó-. Te acompaño a casa.
Lo esperé. ¿Cómo no hacerlo? Le gasté la típica broma de que le sacaba un par de años y por consiguiente era yo quien debía acompañarlo. Él no dudó en colocarse a mi espalda para que pudiera comprobar, todo lo gráficamente posible, la diferencia de tamaño que existía, y ahí fue donde noté la mayor diferencia de esa noche. Su cercanía me había provocado. 
Nunca antes me había ocurrido, ¡lo juro! Sin embargo, era más fácil de lo que pensaba. Lo tenemos todo como amigos, y para ser una pareja solo faltaba aquel roce. Aquel punto que diferencia una amistad tan profunda como la nuestra de lo que viene a ser una pareja.
Me giré, con todo lo que conllevaba el cambiar el status quo existente entre nosotros, con el riesgo de que su visión de mí fuera muy diferente, con la posibilidad de que hiciera el mayor de los ridículos, pero no me importó. Lo besé. Llevé mis labios a su boca, que tras el impacto inicial de la sorpresa, arrasó por donde pasaba. Por mi cuello, mi barbilla, mis hombros. Ni tan siquiera el hecho de que estuviéramos en la calle nos importaba.
Empujones de su cuerpo me llevaron hasta una pared que nos daba algo de intimidad. Nos mirábamos como si fuera la primera vez que nos veíamos. Y lo era si tenemos en cuenta que nunca nos habíamos contemplado de esa guisa el uno al otro. Sus manos no tardaron en entrar en contacto con mis braguitas y me asombró su descaro, ¡¿cómo no hacerlo?! Era Quique, mi amigo Quique, el que se tapaba los ojos para que me cambiara de jersey aunque el sujetador fuera tupido.
Aquella mano no solo consiguió que me estremeciera por su cercanía a mi intimidad, sino que su maestría con mi clítoris no tardó en arrancarme un par de gemidos que lo encendieron más si era posible. Y digo <<si era posible>> porque ya se dejaba notar en exceso su miembro clavándose en mi vientre. 
Tampoco tardé en desabrochar sus pantalones, no era la primera vez que un exceso de lujuria me pillaba en la calle y creo que a él tampoco. Tocar a mi amigo por una parte de su cuerpo que no veía desde hacía años me encantó. Al tacto parecía aterciopelada y su líquido preseminal me informó del paso siguiente que no tardó en procesar con sus propias manos. 
Preservativo puesto solo quedaba lo más esperado, y sin mucho que decir en ese instante, aunque sí mucho que tendríamos que decirnos después, me penetró elevando incluso unos centímetros el único pie que reposaba en el suelo, la otra pierna permanecía sostenida por su mano, permitiéndose un mejor acceso. Sus embestidas se sucedieron con pericia dejando claro que había follado de pie en varias ocasiones dada su experiencia. Su mano regresó al calor de mis labios inferiores y no tardé en gritar en su oído lo que se consideraba un buen orgasmo. Lo malo, que llegaba el peor de los instantes, el terminar y enfrentarnos a esos amigos que éramos. Se corrió en un par de empujes más y mis vellos se erizaron con el sonido ronco de su clímax.
Salió de mí sin perder el contacto por completo y lo agradecí, pues mis piernas temblaban demasiado. Me recompuse la vestimenta como buenamente pude y noté el frío de la distancia que había tomado para empaquetar su miembro de nuevo dentro de sus pantalones, aunque no tardó mucho en agarrar mi mano y tirar de mí saliendo a la amplia calle perpendicular. 
-¿A dónde vas? -pregunté mientras correteaba tras él agarrada a su mano.
-A tu casa.
-¿Cómo?
Frenó en seco su marcha y me enfrentó con sus ojos clavados en los míos.
-Acabo de follar con mi amiga, ahora quiero hacerle el amor a mi chica.

Relato Un amigo y algo más
Marta Monroy


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