Erotismo a la inversa

Por lo general, suelo excitarme cuando mi mujer se desnuda. Nunca me había parado a visualizar sus gestos, sus actos o el mimo con el que se trata a sí misma cuando se viste. 

Aquel día llegué algo más tarde del trabajo de lo que tenía previsto. Cuando entré en casa, el ruido de la ducha me indicó que estaba ocupada. La mesa preparada para la cena, la música sonando suave en nuestra habitación y la soledad de unos hijos que ya no están invadiendo los inmersos rincones de la vivienda. 

Mis pasos, tranquilos y silenciosos, se aproximan al dormitorio principal. El olor del jabón y el vapor del agua caliente me confirman mis sospechas. 

Abro un poco más la puerta de la habitación, la cual permanecía encajada, y dejo a mis ojos un campo de visión amplio de la estancia. 

Ella, ignorante de mi presencia, sale del baño envuelta en su albornoz blanco y mullido. Su pelo, seco por haberlo dejado fuera de ese agua que limpiaba su cuerpo, ondea cuando lo suelta de la goma que lo agarra. Yo sigo vigilante cada movimiento. 

Toma un bote de crema de una de las repisas del dormitorio y extiende en sus manos un poco del mejunje. Tras esto, una de sus piernas aparece por la abertura del albornoz y, de pronto, parece que me cuesta tragar. Acto seguido, hace lo mismo con la otra pierna y, nervioso, espero el momento en que tenga que deshacerse de la prenda que la cubre. 

No tarda. Primero veo una porcion de sus hombros, luego su espalda y cuando menos lo espero sus nalgas, esas en las que hace mucho que no me fijo. La veo observarse en el espejo. Mueve su cadera a uno y otro lado, acaricia sus pechos, esos que sigo apreciando en cada encuentro que nos dedicamos, buscando una elasticidad y juventud que ya no están, pero sigue siendo la mujer más bonita del mundo, al menos a mis ojos. 

La observo meter sus piernas por las bragas que ha decidido ponerse, y colocarse un sujetador que ha visto días mejores, pero sé que prefiere la comodidad que le proporciona. Con detenimiento, como si el tiempo se parará queriendo, veo cómo sube los tirantes por ambos hombros, y mi erección se deja notar dando señales desde su posición. 

Un corto pantalón de pijama le sigue a la ropa interior, pantalón que le sienta de maravilla, aunque no me haya percatado antes de ello. Luego, una camiseta también de tirantes que deja ver su ropa interior por los laterales. Sexi, la veo más sexi que nunca. 

Entro, hago el ruido suficiente para que sepa que he llegado, aun así, se asusta. Me mira, pero ya voy a por ella y no tiene tiempo ni para saludarme con su típico "hola, cariño". La beso, y en ese beso va mucho más de lo que he dicho en el último mes. Van te quieros de todos los colores y amor del bueno, del que los años y las buenas relaciones se merecen. 

Tras el beso, y con su risa resonando por la estancia, la desnudo. Doy marcha atrás a todos sus movimientos, pero ahora son mis dedos los que van rozando su piel, y lo hacen de otra manera, conocedores de la excitación que me ha provocado ver cómo se viste. 

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