El amor es la mejor forma de orientarse sin mapas

Mamá, ¿cómo conociste a padre?

Con solo cinco años había cortado la respiración de mi cuerpo. Sí, tenía claro que un día lo preguntaría, pero… ¿tan pronto?

—Tienes que dormir.

—Lo sé, pero solo quiero que me digas cuándo lo viste por primera vez.

Achuché con mis manos su cuerpo, pidiéndole que me hiciera un hueco a su lado. Entre mis brazos su pequeña cabecita inquieta. No, no me recordaba a Ramón, porque no era su verdadero padre; sin embargo, había aprendido por imitación algunos de sus gestos, formas de pronunciar y su énfasis en el habla. 

—Un día mi padre lo trajo a casa. Ya te dije que era su primo. Nos vimos por primera vez en la cocina, donde la abuela lo agasajaba con sus dulces y ese café que guardaba para ocasiones especiales.

No dio tiempo a relatarle mucho más. La actividad que solía tener durante el día era buena carga para la noche. Sus ojos se cerraban contra su voluntad, pero yo, aún sabiendo que no lo escucharía, le relaté la historia completa.

—Había ido a devolver un favor. Lo único que el pago le iba a salir caro. Éramos tú y yo. Y es que una mujer no podía equivocarse de la misma manera que un hombre. A nosotras se nos nota. 

»Sin apenas mediar palabras, como si lo tuvieran claro de hace tiempo, Ramón se hizo cargo de mí, lavando mi reputación en el pueblo. Me trajo a Madrid convertida en su esposa, y cuando tú empezaste a crecer dentro de mi vientre, nada importó para el mundo, solo para nosotros, los que sabíamos la verdad. 

Callé, mis pensamientos siguieron su curso y, a pesar de que estaba incómoda, seguí en aquella postura evocando los momentos en los que pude ir orientando mi vida. Y qué difícil es orientarse cuando estás tan perdida y no tienes un mapa que te guie. 

Fueron sus miradas, libres de juicios, las que me dieron el valor de articular las primeras palabras algunos días después de llegar a esta casa. 

Dormir juntos fue algo más complicado. Para el servicio éramos marido y mujer, para nosotros, solo un acuerdo que teníamos de por vida. La primera noche me observó con disimulo, pero la seguridad de sus años y sus experiencias estaban patentes en cada lugar donde ponía sus ojos. No me tocó, y no voy a negar que ese detalle me conmovió. Estaba en todo su derecho si hubiera querido, no obstante, me respetó. La segunda noche fue más sencilla, y todas a partir de esa. A la hora de irme a la cama se marchaba de la habitación y, cuando amanecía, ya había desaparecido de nuevo. ¿Dormía conmigo? Sí, lo confirmo por el olor que poco a poco se fue ganando un recuerdo en mis fosas nasales, una sonrisa en mis mañanas y un anhelo por volver a sentirlo cada noche.

El buen hacer de sus formas me fue acercando a su mundo. Un día era un comentario sobre mi estado, otro sobre mi pelo, otro sobre el rubor en mis mejillas… Siempre encontraba la forma de hacerse un hueco en mi cabeza. 

Puede que jugara con mi inocencia, tal como lo hizo Fernando antes de dejarme embarazada en su casa del pueblo, pero, a pesar de eso, lo hizo con buen saber. Con halagos que cada día esperaba ansiosa como si de la misma agua que se necesita para vivir se tratara. Con miradas que empezaron a despertar los vellos muertos de mi piel. Con sus horas de preguntas y su forma de escucharme relatar mis días con una copa de licor en su mano. 

Me levanto de la cama sabiendo que mañana no recordará mi respuesta, y hasta dudo que su pregunta. Salgo de su habitación y apago la luz tras arropar al bebé que dormía desde horas antes en la cuna que queda justo al lado de su cama. Sí, sí es como su padre. Aunque en la parte externa ha sacado el perfil de mi madre.

—¿Ya duermen? —pregunta Ramón consiguiendo que me sobresalte.

Asiento. Recordar todo lo que hemos vivido me ha creado un sabor agridulce que me imposibilita hablar. Su imposición en mi vida y mi intento vano de convencer a Fernando… No, no tiene sentido que ahora me lo vuelva a plantear. No era amor lo que sentíamos, al menos yo, que he aprendido lo que es a base de pequeños detalles, y él, mucho menos. No tuvo reparo ninguno en abandonar a su propia descendencia por no casarse conmigo. 

—Vamos a la cama —dice Ramón tras inspeccionar el cuarto de los niños de nuevo.

Sus manos en mis hombros me van guiando a nuestra estancia. La luz de su mesilla está encendida iluminando el resto de las paredes. 

—Te quiero —declaro por primera vez.

Deja caer sobre la mesilla el reloj que ha quitado de su muñeca. Está nervioso, lo conozco. No sabe qué hacer con sus manos y me sigue dando la espalda.

—Pensé que no lo hacías —confiesa—. Yo lo hago desde hace ya algunos años. He callado por no obligarte a responder con palabras faltas de emociones.

—La forma que tuvimos de dar el uno con el otro… No era lo que esperaba. Lo siento.

—Entiendo que soñaras con un príncipe que te rescatara, pero…

—Has sido tú. Todo este tiempo has sido tú. Yo… Esta noche lo he visto. El amor es mucho más que eso que sentimos con miradas o roces, eso se puede ganar. El amor es estar, es preocuparse, es atender, es… Lo que me has enseñado. Te has convertido en mi mejor orientación en la vida, y lo has hecho sin necesidad de mapas.


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Marta Monroy


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